La última obra representada por la Compañía Nacional de Teatro Clásico llegó ayer al Teatro Arriaga bilbaíno con un plantel de catorce actores consagrados y conocidos por su larga trayectoria en el Nacional, además de un pianista, que actuó en directo haciendo recordar al público los años del cine mudo.
Detrás de las bambalinas otras
veinte personas, Helena Pimenta (directora), Ignacio García (adaptador de la
versión), Vicente Fuentes (asesor de verso), Alejandro Andújar (escenógrafo),
los realizadores de vestuario, pelucas, ayudantes, maestro de esgrima,
coreógrafo, etc, en definitiva, aquellos
que sólo aparecen en el folleto de publicidad de la obra, pero que contribuyen
plenamente a que las representaciones a las que nos tiene acostumbrados la
Compañía tengan una calidad extraordinaria.
Un escenario cerrado, apenas tres paredes en las que se van abriendo
y cerrando puertas y ventanas para simular un despacho, un salón, las calles
del Madrid del XIX, periodo elegido para representar la obra, a pesar de haber
sido escrita dos siglos antes, sirven de excusa visual para que el espectador
ponga su imaginación en marcha y colabore en la obra como uno más y sonría con
el divertido enredo que Ruiz de Alarcón escribió entre 1618 y 1621, y que
muestra dos historias de amor atravesadas por continuas equivocaciones y por
las mentiras que don García improvisa con una facilidad sorprendente, provocando
el desencuentro con su padre, don
Beltrán, papel representado por un Joaquín Notario un poquito menos brillante
que a lo que nos tiene acostumbrados, pero que en una de las escenas finales
vuelve a provocar en el público ese nudo en la garganta que sólo él sabe cómo
lograr y quiero detenerme en él porque Joaquín Notario es un veterano de la
Compañía, un actor curtido en los clásicos, que interpretó con maestría el Segismundo
de La vida es sueño de Calderón o el
Pedro Crespo de El alcalde de Zalamea y
que a pesar de haber aparecido como secundario en diversa filmografía y en
series de televisión, no es muy conocido por el gran público, no al menos como
se merece, pese a tratarse de uno de los mejores actores con que cuenta el
teatro español en estos momentos.
Dicho esto, La verdad sospechosa, representada con un ligero guiño al bodeville
resulta una obra muy actual, como lo es la mentira y la figura del mentiroso,
papel, el de don García, interpretado con agilidad y gracia por el también muy veterano
actor Rafa Castejón.
Un placer ver a la Compañía
Nacional de Teatro Clásico, como siempre.
Ascension Badiola
(novelista y aficionada al teatro)