Un artículo de Jorge Carrión del New York Times de 17 de marzo de 2019, que
he leído estos días, se cuestiona si el futuro de la literatura regresará al
pasado, a cuando se contaban historias orales, de boca en boca o se
representaban en las plazas de los pueblos, interpretadas por titiriteros,
comediantes y gentes del teatro, aunque con una diferencia que sustituiría estos narradores por unos auriculares que unan al oyente con Youtube,
con Spotify u otros medios tecnológicos modernos, en un ejercicio individual e
imaginativo similar en cuanto al efecto, pero diferente en la forma.
¿Desaparecen la lectura y la
escritura tal y como las conocemos hoy? ¿Requieren demasiado esfuerzo
intelectual, demasiado tiempo? ¿La gente no compra libros y los autores no
obtienen beneficios?
Carrión plantea que los
narradores de este siglo tienen que empezar a entender que los honorarios pasan
más por la experiencia en vivo que por la venta de libros. El auge de las historias
narradas ha hecho que Eduardo Galeano, Jorge Luis Borges, César Vallejo, Mario
Benedetti y Pablo Neruda también estén en Spotify, junto con tantísimos audiolibros
y pódcasts.
Autores como el escritor argentino
Hernán Casciari dicen que “les cuesta cada vez más escribir o sentarse a
escribir y que le pasa a mucha gente, que cada vez le cuesta más leer y
escribir y, en cambio, hablar y escuchar no supone ningún esfuerzo”. Por eso ha
decidido leer en voz alta sus artículos, crónicas y cuentos. Lo hace en vivo
—en teatros—; en directo —por la tele o en la radio—; y en grabaciones —en las
webs de las radios y en Spotify—.
Y dice de esta experiencia: “Gracias
a todas esas plataformas mis lectores se han multiplicado, bueno, o mis
oyentes”.
Este fenómeno tiene su
explicación, según la profesora Emma Rodero, profesora de la Universidad Pompeu
Fabra, experta en discursos orales, “la capacidad para crear imágenes mentales
en el oyente, estimulando la actividad cognitiva, como a su potencial para
provocar una fuerte respuesta emocional y fisiológica. Porque al escuchar una
historia sin el apoyo de la imagen, se potencia la imaginación, al mismo tiempo
que se intensifican las emociones del oyente ante los sonidos y las voces de
los personajes”.
Jorge Carrión se plantea también
si no será el aspecto económico y la oportunidad de negocio la que estará
detrás de esta nueva tendencia, al decir que: “en los últimos años Siri y los sistemas
de reconocimiento de voz no han parado de recibir millones de dólares para su
perfeccionamiento; mientras que, en paralelo, Amazon se desdoblaba en Audible y
plataformas como Storytel o SoundCloud, más poderosas y rentables.
Hay un gran interés corporativo en potenciar la circulación de voces por las
autopistas de internet”. Y lo que es peor, Carrión nos recuerda la profecía de
George Orwell que presentaba al protagonista de 1984 como alguien no habituado a escribir a mano, profetizando así
la extinción de la escritura.
En mi opinión, cuesta creer que
desaparezcan la escritura y la lectura, tal y como las conocemos hoy. También el e-book iba a hacer desaparecer el libro en papel y no ha sido así. No,
todavía. Sin embargo, reconozco que las nuevas generaciones no van a conocer
otra cosa que no sea la multimedia, que las frases cortas, estilo conversación
de Whatsapp o como un tuit. Los lectores clásicos deberán despedirse de
los grandes párrafos, las largas descripciones y las complejas historias.
Mi respuesta al planteamiento del título es que puede que desaparezcan la escritura y la lectura, lo que jamás desaparecerán son las historias.
Mi respuesta al planteamiento del título es que puede que desaparezcan la escritura y la lectura, lo que jamás desaparecerán son las historias.
Así
es como el mundo avanza, con los cambios.