Quienes no pudieron ver esta excelente adaptación teatral de la obra de Fernando Fernán Gómez, El viaje a ninguna parte, en el teatro Arriaga, tuvieron la oportunidad ayer de volver a verla en el teatro Barakaldo.
El viaje a ninguna parte es una novela escrita por Fernando Fernán Gómez, publicada en 1985 y basada en un serial radiofónico, que fue incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX. Existe también su versión cinematográfica y desde hace no mucho la versión teatral con adaptación de Ignacio del Moral y dirección de Ramón Barea.
La obra nos pone ante un mundo en extinción, el de los cómicos ambulantes, una profesión en peligro por culpa del cine, de las series radiofónicas, de la televisión, similar a lo que le ocurre a la literatura, constantemente amenazada por las series televisivas, los videojuegos, internet... Es como si el teatro y quienes a ello se dedican se resistiesen a morir y desaparecer. Quien escribió la obra, sabía de eso. Era cómico e hijo de cómicos y redactó un texto cargado de nostalgia y de humor, con la rechifla inteligente de Fernando Fernán Gómez.
En este caso, el bilbaino Ramón Barea no solo dirige, también actúa y se suma al homenaje al oficio de comediante y es que Ramón es actor, autor director teatral, realizador y guionista, entre sus múltiples facetas. En definitiva, un hombre que conoce bien la profesión, no en vano, comenzó a trabajar en los años 70.
La producción del Teatro Arriaga y del Teatro Fernán Gómez es interpretada con la frescura habitual de Patxo Telleria, un actor curtido en mil obras teatrales, que también escribe guiones y dirige representaciones. Mikel Losada pone el punto cómico al oficio de comediante y logra abundantes carcajadas en el público. Itziar Lazkano es otra de las caras conocidísimas de nuestro teatro, querida y aplaudida. También ponen cara a la profesión Irene Bau, Aiora Sedano, Diego Pérez y Adrián G. de los Ojos, que además de tocar el piano y actuar, es el responsable de la música.
El teatro tiene veneno, dice Ramón Barea. Yo añadiría, el teatro es una droga beneficiosa para el cerebro. Despierta emociones. Nos cuenta historias. Plantea retos al espectador y lo sitúa frente a sí mismo para criticarlo, ridiculizarlo, vapulearlo, ensalzarlo, adorarlo y aplaudirlo. El teatro es pasión.
Quienes se dedican a este hermoso oficio tienen toda mi admiración.
Y como ahora no dan folleto explicativo, para saber a quien debemos agradecer su trabajo de iluminación, escenografía, atrezzo y en conjunto quienes están detrás del telón... pues ahi va también mi aplauso.
Ciento veinte minutos de pasar un rato excelente. Lo dice el público a la salida.
Ascension Badiola (escritora)