En una ocasión, alguien me preguntó: ¿Te imaginas un mundo sin gente? ¿Un mundo solo?
Quien hizo la pregunta, no se refería a un mundo distópico tras un accidente nuclear o un colapso del universo, no. Simplemente, imaginaba un planeta para un perro que baila con la espuma,un buque que aguarda en el mar y un hombre que pasea por la orilla y se baña en silencio. Nada y nadie más.
Ese alguien habló de un espacio vasto sin confictos, sin abusos ni violencias y yo le rebatí que para qué un atardecer hermoso si nadie puede verlo, o un murmullo de olas que nadie escucha. Desde luego, no serían iguales los veranos sin niños que jueguen en la orilla ni los caminos de arena sin huellas anónimas.
Por eso prefiero imaginar un buque cargado de mercancía que espera su turno para entrar en el puerto y un perro que juega feliz a escapar de las olas y a perseguirlas cuando se retiran y regresan al mar en una danza que nunca cesa y un hombre que disfruta del aire de la mañana y que piensa en las vacaciones y en volver a casa a desayunar café y croissants con su familia después de haber paseado y sacado al perro para que se airee y haga ejercicio.
Prefiero imaginar la playa vacía en invierno, pero rebosante de voces y de risas en verano.
Si es por preferir, añadiría que me gustaría un mundo abierto sin fronteras, un espacio vasto sin conflictos ni abusos ni violencias en el que cualquiera pasee despreocupadamente mientras sueña con una vida digna y en paz, aunque para eso, quizá falten muchas olas que, en su eterno ir y venir, acaricien la orilla y otros hombres y otros perros capaces de convertir la soledad en esperanza,la lluvia en agua de sanar y la vida en una fabulosa fiesta que celebrar.
Ascension Badiola